miércoles, 1 de abril de 2015

La MAR LENTA de la vida


La MAR LENTA de la vida

Una tarde de verano en que, por fin, el sol calentaba, un niño de unos diez años, inocente por su edad y valiente, a la vez, por su salida a las cuatro de la tarde, salía en busca de juego con una simple pelota en la escuela de al lado. Llegó velozmente a su destino y también llegaría a conocer a una muchacha de rizos morenos y de cara pálida, que preguntó al chaval si le podía dejar jugar con él al balón. Como ya he dicho, el protagonista era un poco ingenuo pero muy generoso y dejó a la chica divertirse con él. 
Otros chicos asistieron al recinto, y al final, acabaron jugando los dos chiquillos. Eso sí, ellos compartían y vivían aquellos momentos con mucha soledad. Él venía de viaje y era el último día en que se hospedaba en la casa de su convaleciente abuela.
Los dos pequeños se sentaron en un banco y el monte se convirtió en el fondo de aquel silencioso ambiente, hasta que ella habló con él de su familia y sus primos que vivían en zonas lejanas. Su amigo le encantaba hablar con una persona así. Eran maduros y compenetraban en las conversaciones. Decidieron mandarse cartas y para ello, dieron sus direcciones y reanudaron la conversación de sus familias. De pronto, los padres de la chica llamaron a su hija para que volviera a casa. Pero ella les dijo que se esperaran y charló larga y tendidamente en aquella tarde tan melancólica como triste. 
A su vuelta a casa, el muchacho mandó cartas a su amiga y ella a él, durante un año. Decidieron llamarse a los once años, pero sus conversaciones eran, en realidad, lacónicas.
Cinco años después, Íñigo cumplió dieciséis años y ella ya sumaba catorce. El joven adolescente no perdió las esperanzas y la llamó por teléfono. Sin embargo, sus llamadas eran cortadas en breves segundos por una tecla, o mejor dicho, la lejanía y el pasar de la vida. Íñigo perdió las esperanzas y escribió este breve relato.

Íñigo Ovejero "El Vate" 1/4/15 a las 0:05 h

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